El sacrificio de Cristo, su amor hasta el límite, se actualiza en la celebración eucarística como acontecimiento de gracia. No se repite históricamente, ni sólo se recuerda con la memoria o la imaginación. En la misa se hace presente Él, y hace actual su sacrificio, para que nos lo apropiemos y participemos de Él. El cristiano que vive la misa he de reflejar la verdad y la bondad en toda su vida temporal: familia, trabajo, sociedad, política, cultura, etc., realizándose como hombre nuevo y haciendo nuevas todas las cosas.